Hay balas que se mueven a doscientos cincuenta metros por segundo; otras lo hacen a trescientos o cuatrocientos metros por segundo y hay otras más rápidas.
Si un delincuente le dispara a un agente de policía a veinticinco metros de distancia, en el mejor de los casos la bala lo alcanza en un décimo de segundo.
Como el tiempo de reacción de un ser humano promedio está en el orden del octavo de segundo, si el delincuente apuntó bien, el agente es hombre muerto (suelen apuntar a la cabeza).
A esto hay que agregar que el efectivo debe gritar: "¡Alto, policía!" y algo más: no le permiten llevar una bala en la recámara. Si lo descubren con una bala en la recámara lo sancionan.
De esta forma, las personas que deben cuidarnos se convierten en blancos móviles para las prácticas de tiro del hampa.
En las fuerzas de seguridad serias del mundo los agentes se entrenan para percibir la intención del delincuente y reaccionar antes de que efectúe el disparo. No hay otra manera.
Pero nuestras fuerzas de seguridad no se comportan así por voluntad propia sino por imposición del poder político.
Hoy se anunció que la policía de Buenos Aires va a poder colocar un móvil en cualquier lugar de la ciudad en 2,4 minutos.
No defiendo para nada a la última dictadura militar pero, en esa época, el Comando Radioeléctrico de la Policía Federal Argentina ubicaba tres patrulleros en treinta segundos en cualquier esquina de Buenos Aires.
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