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El libro del capitán Gillespie y la Revolución de Mayo


Mientras todavía no era tomada la ciudad de Buenos Aires por las tropas inglesas en 1806, el virrey Rafael, III Marqués de Sobremonte huyó con el Tesoro de la Real Hacienda y los caudales de la Compañía de Filipinas, con la intención de ponerlo a salvo en Córdoba y de formar un ejército para reconquistar lo perdido. La retaguardia de este cargamento estaba custodiada por una fuerza armada. Los ingleses ya habían tomado Buenos Aires cuando lograron interceptar en Luján a esos protectores del tesoro. Hicieron llegar a Sobremonte un correo en el que amenazaban con saquear Buenos Aires casa por casa, diezmando a la población. Con el propósito de salvar vidas (1), Sobremonte les entrega el tesoro, que fue embarcado el 17 de julio de 1806 en la fragata "HMS Narcissus", que zarpó hacia Portmouth. El 17 de septiembre de 1806 el tesoro es descargado y transportado en ocho carros tirados por seis caballos cada uno. Reparten en ellos la carga de 40 toneladas de monedas de plata y oro. El doctor Néstor Forero calculó una actualización al año 2006 más intereses, en base a la tasa del empréstito de la Baring Brothers de 1824. Para él equivalían a 87.000 millones de dólares estadounidenses. (Publicado en: "Secesión no es independencia.pdf”, de Julio C. González, www.argentinaoculta.com) Podemos actualizar esa cifra, desde 2006 hasta hoy, según la tasa promedio de inflación en Estados Unidos de América, sin intereses, hoy serían: 120.650 millones de dólares estadounidenses.
Es historia conocida el fracaso posterior de las dos invasiones militares al Río de la Plata y no tanto la reacción del gobierno inglés al enterarse de esos reveses: según un documento conservado en el Foreing Office, un alto funcionario inglés dijo que era difícil dominar militarmente el Río de la Plata, que la situación europea (guerras napoleónicas) no permitía distraer más tropas y que, en consecuencia, mandarían comerciantes.
En efecto, las familias de mejor situación económica en estas tierras eran las que podían exportar materias primas, especialmente cueros, y ellos también tenían el poder adquisitivo suficiente como para descargar y distribuir las mercancías que los barcos ingleses traían.
Una antigua ley permitía a cualquier barco permanecer en puerto setenta y dos horas para hacer reparaciones (esto fue lo que usó el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf von Spee para entrar al puerto de Montevideo en 1939). Amparados por esta ley, fuera verdad o no que debían reparar algo, descargaban sus mercancías subrepticiamente, las ingresaban por la noche a la vieja Aduana y las trasladaban por los túneles de Buenos Aires, para luego remitirlas a Córdoba y ser distribuidas a distintos lugares.
Un grupo selecto se beneficiaba de estas actividades delictivas, pues España tenía el monopolio del comercio en sus tierras. Pero arriesgaban sus libertades y, quizás, también sus cuellos; de forma que cualquier cambio que blanqueara sus negocios era deseado. Siempre hubo intereses económicos: luego de retirada la invasión, las mercaderías inglesas que portaban los barcos fueron adquiridas a muy bajo precio y sin aranceles de aduana por Santiago de Liniers en sociedad con su suegro Manuel de Sarratea. Después, en su calidad de Virrey, prohibió el comercio extranjero. Dueño de los bienes que adquirió a muy bajo precio y sin competencia, los vendió obteniendo grandes ganancias.
En 1800, de Buenos Aires salía un millón de cueros de contrabando al año. El vendedor recibía, en puerto (free on board, Buenos Aires), un peso fuerte por cada uno. Estaban destinados principalmente a puertos británicos, holandeses y alemanes. En Le Havre, Francia, el comprador pagaba cuatro pesos fuertes por cada uno de ellos. En esa época el cuero era una materia prima de primera importancia. Se confeccionaban arneses, sillas de montar, zapatos y botas, ropa, juntas para máquinas, cierre de válvulas (los famosos “cueritos” de las canillas), correajes de uso militar, correas para mecanismos, partes de muebles, etc.
Cuando Beresford asume el control de Buenos Aires, nombra a José Martínez de Hoz administrador de la aduana de Su Majestad Británica en Buenos Aires, por lo que juró fidelidad a la corona británica. ("Tatarabuelo" (político) de José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de economía (1976 - 1981) de la dictadura militar (1976-1983)) (2). Este hacendado español contrabandeaba cueros y sebo, vendía ilegalmente productos ingleses y tuvo que ver con el comercio de esclavos. Además participó en el cabildo abierto del 22 de mayo, en donde, hipócritamente, defendió el monopolio español, cuando él era un traidor a España y un delincuente. Beresford también crea dos logias masónicas denominadas “Hijos de Hiram” y “Estrella del Sur”, en las que se agrupan los exportadores de cueros, que hasta entonces habían actuado como contrabandistas. Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla estuvieron vinculados. Por supuesto, Beresford permite el libre comercio con el Reino Unido, que es convalidado, desde septiembre de 1809, por el virrey Cisneros en el Edicto de Libre Comercio con la nación inglesa. Los antiguos contrabandistas pasan a integrar la British Commercial Room, que manejaba el monopolio del comercio exterior en lo que sería luego la República Argentina. Según Liborio Justo, el presidente de la British Commercial Room, Alexander Mackinon, fue quien redactó la lista de integrantes de la Primera Junta, uno de cuyos secretarios, el doctor Mariano Moreno, era el abogado de esa organización comercial anglófila y anglodependiente.
Durante el breve gobierno inglés de Buenos Aires en 1806, todos los cabildantes de la ciudad, con excepción del doctor Manuel Belgrano, que partió hacia la Capilla de Mercedes, en la Banda Oriental, aceptaron que el gobernador Beresford los confirmara en sus puestos. Esto se hizo con un juramento obligatorio de lealtad a la corona británica. El 10 de junio de 1806, Beresford hizo pública una propuesta a los principales vecinos que permitía que, de manera voluntaria, prestaran juramento de lealtad a Su Majestad Británica. Para tal fin habilitó una oficina a cargo del capitán Alexander Gillespie y un libro (algunos dicen cuaderno) para registrar dichos juramentos. El libro fue firmado por 58 personas, pero en secreto. El abogado, traductor y diplomático Carlos A. Aldao viajó al Foreing Office en Londres para acceder al libro pero, lamentablemente, en el legajo correspondiente a Buenos Aires del período 1803-1811 solo encontró un recibo y dos cartas. El recibo, fechado el 4 de septiembre de 1810, dejaba constancia de la entrega del libro por parte del capitán Gillespie “conteniendo el juramento de lealtad a Su Majestad Británica, firmado en Buenos Aires en el curso de julio de 1806 por 58 habitantes de esa ciudad”. En una de las cartas a Spencer Perceval, del 3 de septiembre de 1810, el capitán Gillespie mencionaba que tres miembros de los que integraban la nueva junta de Buenos Aires figuraban entre los firmantes que se habían adherido a S.M.Británica en 1806. De los tres mencionó solo a dos: Cornelio Saavedra y Castelli. Otro firmante, aparte de estos tres de la junta, podría haber sido José Martínez de Hoz, pero no hay prueba histórica hasta hoy; sin embargo, José Martínez de Hoz no pudo haber sido administrador de la aduana a menos que jurara lealtad a la corona británica. Se dice, también, que algunos de los juramentados habrían recibido una pensión anual, a perpetuidad, de 500 libras esterlinas, por servicios prestados a S.M.Británica; entre ellos: Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, por haber liberado a Beresford y permitido su fuga a la Banda Oriental. Esta cantidad anual equivalía, aproximadamente, a lo que ganaba un operario industrial en seis años y medio de labores. (Seis libras y ocho chelines por mes; en ese tiempo, 1 libra = 20 chelines)
Liniers decidió internar a Beresford, que estaba preso en Luján, en Catamarca, porque sabía que el inglés estaba en contacto con integrantes de la elite local y temía algún complot. Cuando lo estaban trasladando, fueron interceptados en las cercanías de Arrecifes por Saturnino Rodríguez Peña, que era secretario de Liniers, y Manuel Aniceto Padilla, llevándolo con ellos. También participaron en este rescate y posterior fuga Juan José Castelli, Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Francisco González, celador del Cabildo. Este último alojó clandestinamente a Beresford en su casa, hasta que fue secretamente embarcado en un lanchón que lo llevó a Ensenada. En ese lugar transbordó a la corbeta HMS Charwell, rumbo a Colonia. Además de las pensiones mencionadas, Beresford le regaló a Castelli un juego de mesa de loza del Cabo.
Si bien la primera invasión inglesa fue realizada sin autorización formal del gobierno inglés, existían en el Reino Unido planes estratégicos previos que eran conocidos por los altos oficiales británicos. Era una práctica aceptada la iniciativa personal desautorizada, como, por ejemplo, la toma del Peñón de Gibraltar; pero el audaz se enfrentaba a la gloria, si triunfaba, o a la caída en desgracia, si las cosas no salían bien. El primero databa del año 1711: “Una propuesta para humillar a España”, de autor anónimo, pero perteneciente a la clase alta. Este plan contemplaba fraccionar las posesiones españolas con el fin de evitar la acumulación de riquezas que favorecieran el crecimiento industrial y, con ello, el poder de enfrentarse a los intereses británicos. En Sudamérica estipulaba que Chile y lo que hoy es Bolivia debían ser separados de las llanuras productoras de carnes y del Paraguay, que cultivaba la yerba mate. Esto con el fin de debilitar y limitar la explotación minera en Chile y Bolivia. Los mineros necesitaban carnes para estar fuertes y yerba para que su infusión absorbiera las toxinas que los enfermaban. Dividiendo la zona y enfrentando a sus países lograron limitar seriamente a la actividad que podía proveer de materiales estratégicos para desarrollar industrias propias. Si, pese a esto, alguno osaba lograr un desarrollo industrial que pudiera opacar el dominio inglés, siempre era posible usar a las partes restantes para destruirlo. Caso que ocurrió después con la infame guerra de la triple alianza. Paraguay se atrevió a fabricar locomotoras con materiales y tecnología propios, el resultado fue un genocidio que eliminó al 80% de los varones mayores de doce años y sumergió económicamente al país que estaba empezando a ser el más rico y desarrollado de Sudamérica. El plan también contemplaba quitarle al Perú el control económico-financiero, poniéndolo en Buenos Aires. Henry Ferns, catedrático de la Universidad de Birminham, describe que Argentina recibió el 50% de las inversiones inglesas fuera de sus tierras, constituyéndose en la más importante pieza de su dominio mundial.
El segundo plan táctico de 1804, conocido como Plan Maitland, el nombre del general que lo concibió, o como Plan Pitt, el nombre del primer ministro que lo encomendó en 1804, hablaba de los planes militares para emancipar o conquistar a las colonias españolas. Contemplaba: tomar Buenos Aires y formar un ejército de nativos. Acampar en Mendoza e incorporar allí a más nativos. Con ese ejército aumentado, cruzar la cordillera y atacar Chile. Tomado Chile, invadir por vía marítima al Perú. Simultáneamente tomar Caracas, formar un ejército nativo y conquistar Nueva Granada (Colombia). Desde allí, nuevamente con la flota británica, invadir Perú conjuntamente con el ejército proveniente de Buenos Aires. Este plan fue llevado a cabo por San Martín y Bolívar, con ayuda inglesa. La flota que trasladó a San Martín al Perú estaba al mando de un almirante inglés. San Martín estuvo en Londres en 1811, antes de venir a emancipar a las colonias. La Logia Lautaro, cuyo nombre fue sugerido por O'Higgins, fue fundada en Londres (situada en Grafton Square) y recibía financiamiento de la corona. Esta logia fue la que pidió un millonario préstamo a nombre de Chile, con el que se pagó la "Expedición Libertadora del Perú" y que a Chile le llevó un siglo pagar. Miranda era un oficial español fugitivo por haber sido acusado de malversación, que fue reclutado por el gobierno inglés para llevar a cabo acciones revolucionarias. Originalmente, este plan debía ser efectuado por el brillante estratega inglés sir Arthur Wellesley, luego duque de Wellington. Como las cosas se le complicaron mucho a los ingleses en Europa, Wellesley fue enviado a pelear contra Napoleón y, en su lugar, fue enviado William Carr Beresford, muy allegado al primero y más tarde su jefe de Estado Mayor. A Venezuela fue mandado Miranda y, ante el fracaso de Beresford, posteriormente tomó la posta San Martín.
La conquista del Río de la Plata fue consumada jurídicamente el 2 de febrero de 1825 con el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que continúa vigente y que ningún gobierno argentino se atrevió a denunciar (rescindir). Este tratado vergonzoso y humillante estipula que los comerciantes ingleses pueden establecerse libremente en el Río de la Plata, pero no los argentinos en Inglaterra. Establece que ni aún en guerra nuestro país puede perjudicar a los intereses y patrimonios de los comerciantes y sociedades comerciales británicos. Esta cláusula hizo que en 1982, en guerra con el Reino Unido, siguiéramos pagando nuestras deudas comerciales (por ejemplo: los reaseguros en el Lloyds de Nueva York) y que no pudiésemos embargar bienes de nuestros enemigos. Hasta les pusimos custodias para que nadie les hiciera daño. También el tratado declara la libre y gratuita navegación de los ríos interiores por ambos países, pero siempre y cuando los barcos fueran construidos en el país que los usaba. Como aquí no había astilleros, los únicos que navegaban libremente nuestros ríos eran los ingleses y nosotros debíamos pagar en Inglaterra. La vigencia no interrumpida de este tratado produjo la amenaza de bombardeo de la ciudad de Rosario por la cañonera inglesa Beacon, cuando Servando Bayo confiscó bajo recibo el oro inglés que estaba en el Banco de Londres en Santa Fe, después que esta entidad realizara una maniobra tendiente a quebrar al Banco de la Provincia de Santa Fe, porque competía con la emisión de dinero en Argentina, particularmente en Santa Fe, por este banco inglés. (Sí, leyó bien, un banco inglés extranjero emitía dinero en Argentina) La controversia internacional se resolvió bastante satisfactoriamente para nuestro país porque se pudo argumentar que una sociedad anónima puede tener accionistas de cualquier nacionalidad y no debe ser considerada como perteneciente a una nación determinada. Pero Rosario estuvo al borde de un desastre sangriento.
George Canning (1770-1827), el Secretario de Estado británico para asuntos externos decía en 1824: “Hispanoamérica es libre, y si nosotros no manejamos mal nuestros asuntos con ella, pronto será británica” (Y nosotros lo homenajeamos muchos años dándole su nombre a una avenida en Buenos Aires)
“El Río de la Plata es el mejor lugar del mundo para formar una colonia inglesa.” John Pullen, gobernador de las Islas Bermudas, carta al ministro Robert Harley, conde de Oxford.
(1) Los ingleses fueron muy bien recibidos por la clase social más alta y no hubo maltrato contra la población civil de Buenos Aires. Si esa amenaza realmente existió, quizás haya sido una artimaña inglesa para obligar a la entrega del tesoro.

(2) José Martínez de Hoz no fue, en realidad, el tatarabuelo de José Alfredo Martínez de Hoz. Este hombre que juró lealtad a la corona británica no tuvo hijos. Sin embargo, mandó a llamar a un sobrino suyo que vivía en España, cuyo nombre era Narciso de Alonso Armiño Martínez. Arribado este último a nuestras tierras, José apadrinó a Narciso y le dio trato de hijo. Cuando falleció José, Narciso usaba el apellido Martínez de Hoz. Luego, Narciso tuvo un hijo llamado José Toribio Martínez de Hoz, quien fue el bisabuelo de José Alfredo.
Bibliografía
Roberts, Carlos (2006) “Las Invasiones Inglesas del Río de La Plata y la influencia en la independencia y organización de las Provincias del Río de la Plata”- Emecé.
Frens, Harry S. (1974) “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX” – Editorial Hachette, Buenos Aires.
Fernández Gómez, Emilio Manuel (1998) “Argentina gesta británica” – Tres tomos -Universidad de Londres.
Terragno, Rodolfo (1998) “Maitland & San Martín” – Universidad Nacional de Quilmes – ISBN 987-9173-35-X

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